Y por eso ya no digo adiós, nunca más.
Me detuve en ese instante, en que las cosas se congelaron, en que los caminos se dividieron y cada uno siguió. Cambiamos… ¿cambiamos? ¿O seguimos igual que siempre? Opto por la segunda opción, me gusta más pensar así. Porque es lo que creo, y en lo que apuesto.
Tuve miedo, me acobardé. ¿Cuánto perdés por no saber pedir perdón? ¿Cuánto perdés por no saber perdonar? No sabés cuanto.
El agua siguió corriendo, y yo me estanqué. Los remos se habían roto, y la brújula… también se había ido con el agua. Pero no es tiempo de pensar en lo que pasó, en aquello que tanto daño hizo. No es tiempo de lágrimas ni arrepentimientos fatales, es tiempo de confiar. De volver a creer en el otro, aunque cueste, aunque dudes, es tiempo de confiar. Las cosas buenas nunca terminan. Aquello que hace bien no puede destruirte, porque es transparente, porque un error no puede, no debe, arruinar algo que nos llena de vida.
Yo apuesto a una segunda oportunidad, a la promesa de no volver a fallar, yo apuesto en lo que creo, en lo que amo. Hay que saber cuando parar, como dice la canción, y yo paré. Sufrí, dolió, y duele el saber que cometí una equivocación. Pero como dije antes, no es tiempo de arrepentimientos inútiles, es tiempo de volver.
Y volviste a casa, volvimos juntas.
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