Perdí para ganar.
Como alguna vez dije, perdí tanto. Hoy no puedo decir lo mismo, o quizá puedo hablar de lo que perdí para poder ganar. Eso que perdí fue para que hoy diga; gané.
Gané el coraje y perdí el miedo a perder siempre. Si hoy soy así es por cómo fui en el pasado. Si siempre tuve miedo a perder, fue porque perdí lo que más quería. Si hoy actúo como si fuera una nena, es porque quiero tener presente mi infancia . No es que sea tonta, no es que no quiera crecer. Es que quiero olvidarme por unos momentos de que soy grande, y volver a jugar, a jugar en mi mundo de cristal donde nada ni nadie puede herirme. Donde los malos no pueden hacerte daño, porque están tus papas cuidándote.
Y por más que tenga 20, 30 años , me seguiré sintiendo protejida por quiénes me dieron la vida. Y cuando tenga miedo iré a su cuarto, para que el miedo se pase, para que mamá me acaricie la cabeza hasta que me duerma. No tengo vergüenza, no tendré vergüenza jamás de decir; sí , quiero que mis viejos me abracen.
Es inevitable el paso del tiempo, son inevitables las arrugas y los problemas, los hijos y los nietos. Es inevitable perderse en el camino, reencontrarse, y volverse a perder.
Es inevitable caer, que te duela el alma, que quieras no remar más.
Pero… ¿qué podemos hacer?¿ Lamentarnos por lo inevitable, por aquello que es la vida ? Nunca te lamentes por la vida que tenés, porque estarías lamentándote el único sentido de las cosas
, la única razón por la que murió el hombre más bueno del mundo.
No te lamentes, alegrate. Alegrate porque en todo hay algo lindo, por más pequeño que sea. Porque tenés a alguien al lado tuyo, que te escucha, que te quiere y se preocupa. Alegrate porque sos un ser amado, porque no estás solo, porque hay personas con luz, que te llenan de vida. Alegrate porque tenés mucho, y lo que perdiste, quizá no se perdió para siempre. Quizá hay un pedacito que podés volver a encontrar. Alegrate porque volviste a casa.
Alegrate porque ganaste.